Parashat Ekev 2020

Recordarás todo el camino”

Comentario a la Parashat Ekev

Por Adi Cangado


"Recordarás todo el camino que el Eterno tu Dios te hizo andar en el desierto estos pasados cuarenta años, para afligirte, para ponerte a prueba, para saber qué había en tu corazón, y si guardarías Sus preceptos o no.” (Deut. 8:2). Así habla Moisés al pueblo mientras narra cómo ha sido la vida en el desierto, en la adversidad.

¿Qué se espera del ser humano en sus noches más oscuras? ¿Cuándo conocer al ser humano de verdad, su naturaleza? ¿Quién, a finales del año pasado, habría imaginado la enormidad de esta plaga que nos golpea con dureza? Después de semanas, la memoria parece fragmentada. Aquel fin de semana, a mediados de marzo, queríamos ver con mis padres la Biblia Kennicott en Santiago de Compostela, pero unos días antes nos preguntamos si sería o no buena idea. Había preparado una solemne exposición para explicarles la historia del manuscrito. Al final cancelamos la visita. Recuerdo también las primeras mañanas del estado de alarma: pegado al televisor, consultando las cifras en la prensa, … También la mente entraba, lentamente, en su particular estado de alarma. Nunca olvidaré aquellas tardes. Podía cruzar la carretera como si fuese una continuación del paseo, con los perros, sin temor a un atropello. Tres meses antes estaba en Parque del Plata, en Uruguay, tomando el sol en la playa, nadando para cruzar el arrollo, disfrutando de inmejorable compañía.

Recordarás todo el camino, dice la Torá. Así que recordé. Recordé “Ad Astra”, la película que pusieron en el avión para el viaje de ida, y una noche, en estado de alarma, la volví a ver. Cuenta la historia de un astronauta que, en algún futuro, debe atravesar la galaxia hasta llegar a donde, creen, podría estar su padre. Mientras dura la travesía, recorre otro camino: el de la memoria, el de la preparación para reencontrar, quizás, a un padre que lo había abandonado de niño, y a quien, también quizás, se parece más de lo que creía. La humanidad que retrata la película está obsesionada con las estrellas y con encontrar en ellas su salvación. Tras verla de nuevo me pregunté qué era “realmente” la realidad.

En la actualidad el ser humano está inmerso en un océano de datos. A través de las pantallas de la televisión, del ordenador o del móvil, su “realidad” se agranda y se expande más allá de lo que puede ver, escuchar, tocar. De esta manera su mente recompone una visión amplificada, extendida, pero también ilusoria y lejana. Hacia las estrellas. Aquellos primeros días también yo me sentí aterrado. Las estrellas me habían atrapado. Me di cuenta de que estaba dejando de ver, de escuchar, de tocar, de oler, de saborear, el mundo real. Desde entonces, sin negar la enormidad de lo que nos está pasando, he decidido pisar con firmeza el suelo, centrándome en lo esencial: las cosas cercanas y la gente que me rodea.

"Recordarás todo el camino que el Eterno tu Dios te hizo andar en el desierto estos pasados cuarenta años, para afligirte, para ponerte a prueba, para saber qué había en tu corazón, y si guardarías Sus preceptos o no.” (Deut. 8:2). Porque a veces Dios nos pone a prueba, como quizás lo esté haciendo. En verdad hay aflicción y sufrimiento, hay enfermedad y muerte. No es fácil cruzar el desierto. Pasarán los años, y tal vez también esta plaga, y deberás preguntarte “qué había en tu corazón”. Porque en la adversidad se descubre la verdadera naturaleza humana.

"Y ahora, Israel, ¿qué pide el Eterno tu Dios de ti? Temer al Eterno tu Dios, andar en Sus caminos, amarlo, y servir al Eterno tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.” (Deut. 10:12)

Ve-atá, “y ahora”, pues tanto en la dicha como en la adversidad, Dios nos interpela siempre en este instante. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Qué te demanda la vida ahora? ¿Te encontrará Él ahora cuando te busca? ¿Cuando Él te llame estarás aquí ahora, escuchando, para poder contestar? ¿Qué pide Él de ti ahora? Me-imaj, “de ti”. Sí, es a ti a quien pregunta. Yirá. Temor. Regresa a la tierra y deja de mirar las estrellas. Eres tan pequeño. No dejes de sentir asombro por todos los milagros, maravillas y bondades que te ocurren, víspera, mañana y mediodía, y agradece. Laléjet be-jol derajav. Andar todos Sus caminos, pues conocer a Dios es hacer lo bueno, y un día recordarás todo el camino y descubrirás qué había en tu corazón. Ahavá. Amor. No dejes de amar a todas las criaturas y déjate amar. Amar es también amar el camino, con sus piedras. Amar incluye siempre a los demás. Tal como decía el Rabino Leo Baeck, “el único camino hacia Dios implica al ser humano que tenemos a nuestro lado”. Avodá. Servicio, pero también trabajo. Estudia y observa los cometidos y preceptos que te han enseñado o has aprendido. Puede que algunas cosas cambien. A lo mejor las oraciones y las clases no se realizan presencialmente en la sinagoga, pero el hogar es también un santuario y un lugar de estudio, y es extraordinario comprobar que nos hemos adaptado a través de Zoom o WebEx para mantener nuestras comunidades. Lo esencial es reconectar; la generación del desierto también comió un pan que sus antepasados nunca habían visto, el maná, pero se alimentaron con él aquellos cuarenta años. Debemos preservar lo esencial, aunque ello signifique apartar algunas piedras, pues no solamente de minyán vive el judío. El camino debe continuar.

Los cielos pertenecen a Dios, con todas sus estrellas, y también la tierra aunque estés durante algunos años en un rincón de ella. Regresa tu mirada al suelo que pisas. No tengas en cuenta a los hombres, sino solamente sus obras. No tomes soborno. Sé justo, compasivo, generoso. Te pedirán que respetes la distancia física, pero que ello no te haga olvidar a quien más te necesita, porque también con la mirada se tiende una mano. Los cometidos éticos nos reclaman. Y el instante es ahora, no después. Y la pregunta es a ti, a todos. Incluso en las noches más oscuras. Si fallamos en la adversidad, fallamos en todo, y Dios se preguntará, “¿por qué cuando vine no encontré a nadie, y cuando llamé nadie respondió?” (Isaías 50:2).

Al final de la película, el Mayor Roy McBride, en su evaluación psicológica, pronuncia unas palabras que he recordado repetidamente en estos meses:

"Estoy estable, tranquilo. He dormido bien, sin pesadillas. Estoy activo y centrado. Soy muy consciente de lo que me rodea y de los que conforman mi entorno. Estoy atento. Me centro en lo que es esencial y excluyo todo lo demás. No sé qué futuro me espera, pero no me preocupa. Confiaré en la gente más allegada a mí, y compartiré sus cargas, igual que ellos comparten las mías. Pienso vivir, y pienso amar.”

Recordarás todo el camino, y recordarás las piedras y también los ríos que no pudiste cruzar. Recordarás el dolor y el miedo, y que la vida te puso a prueba; esta prueba será solamente una más. Pero incluso en la adversidad, las preguntas esenciales serán las mismas. ¿Estaremos ahí cuando nos pregunte? ¿Nos encontrará? ¿Qué habrá en el corazón del que tengamos que rendir cuentas?

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