Comentario a la Perashat Reé, por Adi Cangado

Abre tu mano”
Por Adi Cangado

Comentario a la Perashat Reé

Hace algunos días, mientras recitaba por la mañana el primer párrafo de “Shemá”, me quedé pensando en la fuerza expresiva de sus verbos. Escucha, atiende, comprende. Ama, y estas palabras de amor estarán sobre tu corazón. Enseña, repite. Ata, une, vincula. Escribe. En cada uno de estos verbos, el destinatario, quien es interpelado a la acción de escuchar, amar, unir, escribir, es quien recita el párrafo.

El principio de la lectura de esta semana comienza con la palabra reé “¡mira!”. Vamos a examinar este versículo (Deut. 11:21):

רְאֵ֗ה אָֽנֹכִ֛י נֹתֵ֥ן לִפְנֵיכֶ֖ם הַיּ֑וֹם בְּרָכָ֖ה וּקְלָלָֽה:

¡Mira! Yo dispongo ante vosotros hoy una bendición y una maldición.”

La Torá continúa desarrollando esta idea. ¿La bendición? Asher tishmeú, “que prestéis atención” a las enseñanzas (v. 11:27). ¿La maldición? Im lo tishmeú, “si no prestáis atención” a ellas (v. 11:28). En el primer versículo el verbo está en la segunda persona del singular: “¡Mira!” ¿Quién? Tú. Pues cada persona, como cada gota de agua que construye el océano, influye en la dirección que toma su vida. Pero pronto se instala en el plural, “ante vosotros”. También los versos que le siguen cambian a la segunda persona del plural, ¿por qué?

La suerte o desdicha de las personas no depende solamente de sus gestos amables o de sus crímenes. A veces la gente buena sufre mientras el impío prospera. Esta es una de las razones por las que no creo en la retribución ni en el castigo divinos. Si Dios es el predicado y no el sujeto, el proceso y no el actor, no queda lugar para la posibilidad de retribución y castigo, pero sí para la teología de la obra, de la acción, y de sus consecuencias. Cada gesto amable, cada crimen, decía Sonmi 451 en la película “El atlas de las nubes”, alumbra nuestro futuro, pero a la vez estamos conectados a otros. La Torá recoge esta misma creencia: que conquistes la bendición cada día depende en parte de ti, pero también de todos los demás, de todos los otros. Por eso el verbo cambia del singular (dirigiéndose al oyente) al plural. Esto no descarga al ser humano de su responsabilidad en la búsqueda de la justicia, la bondad y la paz, sino que advierte de la necesidad de la acción colectiva como elemento fundamental para que cada minúsculo esfuerzo individual multiplique su efecto en el conjunto de la humanidad. El más minúsculo gesto humano repercute en todo el universo, para bien o para mal, y a la vez el mundo que nos rodea retroalimenta la dirección que toman nuestras acciones.

El ejemplo que nos da la Perashat Reé es el de la pobreza (v. 15:4):

אֶ֕פֶס כִּ֛י לֹ֥א יִֽהְיֶה־בְּךָ֖ אֶבְי֑וֹן

Sin embargo, no habrá en ti desdichado.”

¿Quién es este ebión (אביון)? En el Midrash y el Talmud (Vayikrá Rabá 34:6; B.M. 111b) se nos dice que es alguien más débil y desdichado que un pobre, que lo anhela todo porque no tiene nada. Rashi recoge esta explicación para la palabra hebrea ebión (אביון) y la relaciona con taeb (תאב) “anhela”, que a su vez procede de abá (אבה) “desear”. Pero existe otra posible etimología para esta extraña palabra hebrea que me gusta mucho más. El lingüista Menajem Ts. Kaddari dice que procede del egipcio antiguo (de ahí el copto ebyen, “desdichado”). ¡Cuántas veces la Torá yuxtapone los preceptos de justicia social con el recuerdo de que esclavos fuimos en la tierra de Egipto!

La Torá nos dice que no habrá pobres ni desdichados pero (v. 15:5; Sifré):

רַ֚ק אִם־שָׁמ֣וֹעַ תִּשְׁמַ֔ע בְּק֖וֹל יוי אֱלֹהֶ֑יךָ לִשְׁמֹ֤ר לַֽעֲשׂוֹת֙

Solamente si escuchas escuchas la voz del Eterno tu Dios para guardar, para actuar.”

Aquí la Torá acude a la repetición enfática y a la segunda persona del singular. Escucha. Escucha. Porque si prestas atención aunque sea solamente un rato, ello te dispondrá al potencial de escuchar mucho (Sifré). Escucha, guarda, actúa, az lo yiheyé bejá ebión “así no habrá en ti/en tu lugar desdichado” (Rashi).

¿En qué lugar está este hombre o esta mujer que no tienen nada? ¿Acaso no los vemos cada mañana de camino al trabajo? Están muy cerca de ti y de mi. Por la noche duermen debajo de los soportales cuando llueve o en los bancos del parque cuando hace calor. Esperan alguna moneda en la puerta de los supermercados. A veces residen en la puerta de enfrente a la tuya o en el piso de arriba o de abajo. Otras llegan a la escuela sin haber desayunado. Por eso la Torá continúa (v. 15:7):

כִּי־יִֽהְיֶה֩ בְךָ֨ אֶבְי֜וֹן מֵֽאַחַ֤ד אַחֶ֨יךָ֙ בְּאַחַ֣ד שְׁעָרֶ֔יךָ בְּאַ֨רְצְךָ֔

Cuando haya contigo un pobre de uno de tus hermanos, en una de tus puertas, en tu tierra.”

En tu familia, en una de tus puertas, en tu tierra. Es decir, que la persona más necesitada tiene prioridad y también quien esté más cerca, sobre las demás (Sifré). Pues no está en tu mano con el chasquito de los dedos curar la pobreza que hay en el mundo, pero sí lo está no endurecer tu corazón y mirar hacia otro lado, y no cerrar tu mano o apartarla (v. 15:7): en lugar de dudar debes obrar, y cuando tu mano se extienda hacia el necesitado no la cierres (Sifré), ¡ábrela! ¡Ábrela! Porque ese pobre no es solamente un desdichado, sino ajija “tu hermano” (v. 15:7). Tal y como dice la Torá (v. 15:8):

כִּֽי־פָתֹ֧חַ תִּפְתַּ֛ח אֶת־יָֽדְךָ֖

¡Abre! ¡Abre tu mano!”

Tantas veces como sea necesario (Rashi). Y ayúdale o ayúdala, incluso cien veces si fuese necesario (Rashi sobre v. 15:10).

Porque si no atiendes a esta llamada a la justicia social, si no pones tu granito de arena, se hará real la maldición del versículo 15:11:

כִּ֛י לֹֽא־יֶחְדַּ֥ל אֶבְי֖וֹן מִקֶּ֣רֶב הָאָ֑רֶץ עַל־כֵּ֞ן אָֽנֹכִ֤י מְצַוְּךָ֙ לֵאמֹ֔ר פָּ֠תֹ֠חַ תִּפְתַּ֨ח אֶת־יָֽדְךָ֜ לְאָחִ֧יךָ לַּֽעֲנִיֶּ֛ךָ וּלְאֶבְיֹֽנְךָ֖ בְּאַרְצֶֽךָ:

Pues nunca dejará de haber desdichado en la tierra, por lo tanto Yo te ordeno diciendo, ¡Abre! ¡Abre tu mano! A tu hermano, a tus pobres y a tus desdichados en tu tierra.”

¿La bendición? Si atendéis el cometido de lo Divino, la procura de la justicia, el pan, la vivienda, el vestido, el trabajo para aquellos a los que la sociedad capitalista ha marginado y exiliado. Porque si no atendemos este precepto, nunca dejará de haber pobres en el mundo, y aquí de nuevo me gustaría regresar al principio de la lectura de esta semana. Cada gesto personal suma o resta, pero la responsabilidad es colectiva.

Existe en el Midrash (Vayikrá Rabá 4:6) esta hermosa parábola del Rabí Shimón bar Yojay. En cierta ocasión iban varias personas en un barco, cuando uno de ellos empezó a hacer un agujero en la cubierta justo bajo su asiento. Los demás dijeron, “¿qué demonios estás haciendo?”. Él contestó: “¿Qué más os da? ¿Acaso no es bajo mi asiento que estoy rompiendo la madera?” A lo que ellos añadieron: “A pesar de eso, el agua subirá y nos hundirá a todos”.

Don Isaac Abravanel (s. XV, España) solía decir que existen tres razones para la tsedaká, la “justicia”: nos educa en la compasión, en la empatía; nos ayuda a reconocer en el pobre a un pariente, a un familiar; y nos ayuda a sostener al conjunto de la comunidad. Como en la párabola de Rabí Shimón bar Yojay: quien rompe la cubierta condena a todos pero, ¿qué habría ocurrido si los demás no prestasen atención y no le hubiesen increpado? La Torá nos advierte muchas veces de la necesidad de proteger al débil frente al fuerte, al oprimido frente al opresor, al pobre frente al poderoso, y nos pide que recordemos a la viuda, al desdichado, al huérfano, al extranjero. ¿Sabéis qué bendición se recita cuando vemos una sinagoga? Matsib guebul almaná, “(que) establece la frontera de la viuda”. Siempre me ha gustado pensar, aunque no sea la interpretación tradicional, que esta bendición nos llama a reflexionar sobre el papel que la sinagoga debería tener en la lucha por la justicia social y los derechos civiles.

Estos son los tres pilares del mundo según la Mishná: el estudio de la Torá, la oración y las buenas obras. La sinagoga es un lugar de estudio y de oración, pero ¿por qué también lugar de reunión? ¿Para qué debemos reunirnos en la sinagoga si no es para estudiar o rezar? Para realizar actos de guemilut jasadim, “buenas obras”. Recordad a Abraham Joshua Heschel marchando junto a Martin Luther King el día 15 de enero de 1967 en Riverside Church, para dar su discurso histórico juntos contra la guerra de Vietnam.



Debemos hacer una reflexión sobre la agenda de las comunidades judías en España, porque están demasiado centradas en temas lejanos. Luchar contra el boycott a Israel es hacer lo correcto; justificar cada acto de los gobiernos israelíes sin efectuar previamente juicio racional (o de valores) alguno y callar las bocas de quienes disienten, de quienes piensan críticamente, es cruzar la delgada línea roja que separa el entusiasmo emocional del más ciego fanatismo. La sinagoga debe estar siempre del lado de la justicia social, de la igualdad, de la lucha por la tolerancia y la paz y contra el odio y la opresión. La Torá, en los versículos que leemos esta semana, repetidamente nos dice be-artsejá. Be-artsejá, “en tu tierra”. El Rambán (Rabí Moshé ben Najmán) dice, ¿qué tierra? La que pisas: el lugar que habitas. Esa es la tierra en donde esperan tus hermanos: la viuda, el desdichado, el huérfano, el extranjero. Nuestro lugar como judíos está con ellos, su lucha es nuestra lucha, pues esclavos fuimos en la tierra de Egipto. Ojalá la agenda de las comunidades judías españolas recuperase las prioridades cercanas, la lucha que está en la calle que pisas cuando sales de la sinagoga, la que está tan cerca de tu oído para que escuches, de tu corazón para que ames, de tu mano para que ayudes y para que escribas. Nuestro lugar como judíos es ser una luz entre las naciones, y por lo tanto incomodar al poderoso, al opresor, al fuerte en defensa del débil.

Pero no, esto no es popular y sé que para muchos estas palabras mías serán calificadas como herejía, pero no me importa. El Rabino John D. Rayner, de bendita memoria, solía decir: “It is better to be few and right than many and wrong”. Me consuela pensar que hereje, en griego eretikós (αἱρετικός) es “el que elige”, y a mí siempre me ha gustado elegir en conciencia (eristhe αἱρεῖσθαι). En su “Ética Nicomaquea” Aristóteles nos dice que precisamente la proéresis (προαιρεσις) es la fuerza que mueve y cambia las cosas. Seamos, pues, irritantes a la vez que constructivos y sobre todo honestos.

Escucha, atiende, comprende. Ama, y estas palabras de amor estarán sobre tu corazón. Enseña, repite. Ata, une, vincula. Escribe. Abre tus ojos. Mira. Escucha. Escucha atentamente. Guarda. Actúa. No endurezcas tu corazón ni escondas tu mano. Abre. Abre tu mano, para dar al otro, a ese que está tan cerca y no tiene nada. Abre. Abre tu mano. Y entonces lo Eterno, lo Divino, se revelerá y hará presente, y será para bendición. Amén.

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