Comentario a la Perashat Ki Tisá, por Adi Cangado

"Ídolos"

Por Adi Cangado


Comentario a la Perashat Ki Tisá

En los primeros versículos de esta semana nos encontramos a Moisés en la montaña, a punto de bajar con las tablas de piedra que llevan grabadas las diez "palabras", aséret ha-dibrot, los diez conceptos encerrados en los llamados diez mandamientos. En el primero de ellos, Dios se presenta como la Fuente que había inspirado a los israelitas a cruzar Yam Suf, el mar de juncos, y que les había dado fe en ellos mismos para caminar sobre la tierra seca entre las aguas para liberarse del yugo del Faraón. En el segundo, lo Divino les advierte: Él no es representable en imágenes. No tendrás otros dioses para postrarte ante ellos. ¿Acaso era tan difícil? No eran creencias nuevas para ellos, sino que estos dos primeros cometidos hundían sus raíces en su origen como pueblo, como colectivo humano. Era el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob quien les interpelaba. El Dios de Abraham, ¡qué curioso! El hombre que lo había cambiado todo. El hombre que había renunciado y abandonado a los dioses, a todos los dioses "imaginados" por su pueblo para admirar y postrarse ante lo verdaderamente Divino: la Fuerza creadora del universo, Manantial perpetuo de la vida. ¿Por qué nadie borró de la narración el relato terrible del éguel masejá "el becerro de la máscara", el toro dorado? Tal vez como recordatorio de que los principios más elevados son frecuentemente también los más frágiles.

En ausencia de Moisés, el pueblo se amotina contra Aarón. Kum asé lanu elohim asher yelejú lefanenu "¡Levántate! ¡Fabrica para nosotros dioses que marchen delante de nosotros!" (Éx. 32:1). Con el oro de los aretes que llevaban las mujeres y los hijos de los israelitas, Aarón fabrica un becerro recubierto de oro. Dijeron a todo el pueblo, ele eloheja Yisrael asher heeluja me-érets Mitsrayim "estos son tus dioses Israel que te liberaron de la tierra de Egipto" (v. 32:4). Aarón construye entonces un altar y proclama que el día siguiente se celebrará una fiesta en honor al becerro: jag ladonay majar "fiesta para mi señor mañana" (v. 32:5). A la mañana siguiente se despertaron temprano y le llevaron ofrendas y comieron y bebieron, vayakumu letsajek y se levantaron para divertirse/reírse (v. 32:6).

Levántate. Fabrica para nosotros dioses que marchen delante de nosotros, dioses a los que podamos seguir. Estos son tus dioses Israel, se dijeron los unos a los otros. Tus dioses. Estos son tus dioses, nacidos de manos humanas que los han fabricado. Frente a lo Eterno, que se nos revela y que nos interpela de frente, a través de Su universo, prefirieron al éguel "becerro", al éguel masejá "el becerro de la máscara", pues ni siquiera mostraba su rostro sino que estaba oculto por la masejá "máscara", es decir, confundía, distraía a quienes lo adoraban sobre su propia naturaleza, se enmascaraba porque se presentaba como "dios" cuando no era más que barro recubierto de oro.

El judaísmo es iconoclasta. Lo Divino no puede representarse mediante imágenes o esculturas, no porque esté prohibido sino porque no es representable: lo Divino es un concepto, la palabra de cuatro letras, el Nombre impronunciable. Pero, después de todo, ¿qué hay de tan horrible sobre la idolatría? ¿Qué mal nos hacen los iconos, las pinturas, las esculturas que pretenden ser dioses? La primera explicación es sencilla: "enmascaran" la realidad, nos engañan y nos distraen sobre la verdadera naturaleza de lo Divino. La segunda respuesta la tenemos en el libro de Isaías: Vatimalé artsó elilim le-maasé yadav yishtajavú la-asher asú etsbeotav "Y está llena su tierra de dioses, al producto de sus manos se prosternan, a lo que fabricaron sus dedos" (v. 2:8). En lugar de sentir admiración y reverencia por la belleza del universo, de la naturaleza, del amor y el cariño que puede despertarse entre nosotros, de la llamada a la justicia que arde en el interior del corazón, todo ello fruto de la presencia de lo Divino en la vida humana, y sentirnos pequeños porque en realidad somos tan pequeños, e incluso sentir miedo porque en realidad estamos tan cagados de miedo. En lugar de todo eso, ellos fabricaron un becerro dorado, con sus propias manos y sus propios dedos, creado por ellos mismos, para adorarlo. Fabrica para nosotros dioses que marchen delante de nosotros, dioses a los que podamos seguir, dioses de pacotilla, para arrodillarnos ante ellos, para someternos a ellos. Por eso es tan horrible, porque nos rebaja hasta el extremo de anular la humanidad, nos convierte en siervos, en esclavos de la obra de nuestras manos.

Pero la prohibición de la idolatría tiene una dimensión más profunda. El rechazo a la representación material de lo Divino encierra un rechazo general al materialismo. ¿Cómo son las idolatrías de nuestra generación? Los becerros dorados del mundo moderno están en todas partes, porque en cada esquina existe una distracción material, enmascarada, pensada para que apartemos nuestra atención de las cosas que más importan en la vida y las dejemos bajo la tiranía de las que importan menos.

El Midrash nos relata esta anécdota sobre el patriarca Abraham. En cierta ocasión, Téraj, su padre, debía ausentarse y dejó al joven Abram cuidando de su tienda de ídolos y atendiendo a los clientes. Entonces una mujer se acercó a la tienda y traía un recipiente lleno de harina, ofrenda para los dioses que lucían en la tienda. Abram cogió un hacha y golpeó todas las figurillas hasta romperlas, pero dejó al ídolo más grande intacto y le puso el hacha en la mano de barro. Pasadas algunas horas Téraj regresó a la tienda y al ver semejante destrozo le preguntó a Abram qué había ocurrido. "¿Qué demonios ha pasado?", a lo que el niño con mucha calma respondió: "Mientras estabas fuera, una mujer trajo harina para ofrecer a los dioses. Cada uno quería ser el primero en recibirla. El más grande recibió insultos y entonces tomó un hacha y destrozó a todos los demás". Téraj se enfureció y le dijo: "¿Qué tontería es esa? Tú sabes perfectamente que ellos no hablan ni se mueven". Abram replicó de inmediato: "¡Ah sí! Papá, ¿tu oreja escucha lo que tu boca está diciendo? ¿Por qué les sirves entonces?"

No dejemos que las imágenes que inundan nuestro mundo, que nos seducen, consigan que nos sometamos a ellas, que nos arrodillemos ante ellas. No dejemos que las máscaras de nuestra generación nos hagan olvidar los fines más elevados ni nos distraigan de los cometidos más importantes de la vida.

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